Desgraciadamente, la conocida como guerra de Bosnia, acaecida entre los años 1992 y 1995, dentro de las llamadas guerras de los Balcanes (en el este de Europa), supuso un enfrentamiento, tras de desintegración de la antigua Yugoslavia, entre croatas (en su mayoría católicos), serbios (principalmente ortodoxos) y bosnios musulmanes.
Una de las imágenes de esta sanguinaria guerra, grabada por la televisión y retransmitida a todo el mundo en infinidad de ocasiones, fue la destrucción del icónico puente viejo de Mostar que dividió la ciudad en dos, separando la parte croata de la musulmana.
Levantado en el siglo XVI sobre el rio Neretva por el ingeniero otomano Mimar Hajrudin, bajo encargo del sultán Solimán I el Magnífico, fue en su momento una verdadera proeza arquitectónica y de ingeniería (con un arco de más de treinta metros de ancho y dos torres a cada lado) que facilitó los intercambios comerciales y las comunicaciones en esta parte del entonces influyente y poderoso imperio otomano.
Siglos de historia de un puente, único en su género, que aguantó inclemencias climáticas, terremotos e incontables crecidas del río durante tantos años.
Sin embargo, en el año 1993 (concretamente, un 9 de noviembre), fue volado y destruido casi en su totalidad, convirtiéndose desde entonces en el símbolo pétreo más visible de la barbarie de esta guerra.
Un conflicto, hay que recordarlo, en el que la Unión Europea debió hacer más para evitarlo o, al menos, ayudar a una pronta finalización.
Todavía perduran y resuenan las palabras del entonces comisario europeo de Asuntos Exteriores Chris Patten cuando, refiriéndose a esta confrontación, afirmó tajantemente: "la Unión Europea no puede eludir su parte de culpa, teníamos que haber hecho más y antes".
A día de hoy, paseando por esta ciudad, aún son visibles en muros, paredes y edificios numerosas cicatrices y secuelas de este conflicto armado.
En todo caso, la destrucción de este puente, declarado -junto con el casco histórico de Mostar (ejemplo de asentamiento multicultural)- Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO, debe hacernos reflexionar sobre cómo el ser humano puede llegar a enloquecer de tal manera que no le dé valor a la vida, las propiedades y la dignidad del prójimo, muchas veces un vecino próximo.
Fue el año 2004 cuando, tras arduos trabajos en años anteriores para su reconstrucción (en el que tuvo un importante papel el ejército español), se inauguró y reabrió definitivamente este puente tratando de ser también un emblema de esa reconciliación de los diferentes pueblos, religiones, culturas y sensibilidades que habitan este bonito país.
Actualmente, sin lugar a dudas, es la fotografía más buscada de la ciudad por cuantos se acercan a conocerla, siendo imposible no pasear por este puente (normalmente repleto de turistas) y cruzar hasta la otra orilla mientras divisamos, desde ambos lados, cómo esta arteria fluvial divide físicamente la ciudad.
Sean estas fotografías un alegato en favor de la paz y de la convivencia de pueblos, etnias y religiones en esta históricamente convulsa región del viejo continente.
Conviene recalcar que, en estos momentos, el río, su entorno y su famoso puente son ahora lugar de paseo, baño, recreo, diversión y compras. Quizás como contestación (al demostrar que la normalidad y la convivencia pacífica, a pesar de las obvias dificultades, es posible) y repulsa a ese cercano, indeseable y sangriento pasado.
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