Estamos viviendo, en estos momentos, tiempos difíciles para viajar.
La pandemia que azota a todo el planeta exige, por obvias razones sanitarias y de precaución, esperar a que todo mejore.
Sin
embargo, nada impide recordar lo viajado, rememorar las sensaciones percibidas.
Es aconsejable, más aún en épocas complicadas, acordarse de esas impresiones viajeras
que perduran, que dejan huella, de las que resisten sin problemas el paso de
los años.
Allá por el 2016 viajaba a tierras de Israel. Por segunda vez, me desplazaba hasta este precioso país de Medio Oriente.
En
esta ocasión, dedicaría más tiempo a la que, para mí, es sin duda una de las
ciudades más bonitas, impactantes e impresionantes que conozco: Jerusalén.
Tenía,
como católico, mucho interés en recorrer con más calma los llamados “Santos
Lugares del cristianismo” (el Santo Sepulcro, el Huerto de los Olivos, el
Huerto de Getsemaní, la Vía Dolorosa ....)
Jerusalén,
como todos sabemos, es ciudad Santa para las tres grandes religiones
monoteístas del planeta (judaísmo, cristianismo e islam). Una seductora encrucijada
religiosa e histórica, no exenta de problemas, que el lector debe conocer.
Recordaba,
días antes de mi viaje, unas imágenes del Papa Juan Pablo II orando frente al
Muro de las Lamentaciones (el gran vestigio pétreo que queda en pie de lo que
fue el Templo de Jerusalén). El Papa
Wojtyla, frente a este histórico muro, rezó y depositó en una de las grietas de
esas piedras milenarias una carta en la que pidió perdón por el daño causado a
los judíos. Una señal de reconciliación y amor, propia de este gran pontífice.
Más
tarde, en el 2014, fue el Papa Francisco quien se acercó también a este lugar
santo para orar introduciendo en uno de los resquicios de esos sillares una
carta con un texto que contenía frases del Padre Nuestro en castellano.
Por
aquella época mi amiga Pilar, que no pasaba por sus mejores momentos, me pidió
que, cuando estuviera allí, introdujera un sobre entre esos resquicios del muro.
Entre
las miles y miles de peticiones, mensajes y ruegos, entre esas incalculables
“cartas a Dios” se encontraba la de Pilar. No sé qué pedía esta misiva, aunque,
obviamente, podía llegar a imaginármelo.
Pues
bien, en estos días en los que estar en casa es la mejor opción para mitigar la
expansión de este virus, tratando de luchar contra el aburrimiento, decidí
organizar todas las fotografías de mis viajes. Ya era hora. Tenía tiempo. No
cabía excusa alguna.
Casualmente
encontré estas instantáneas que cuelgo entre estos párrafos. Las miré, tras
respirar con profundidad detenidamente. Empecé a pensar en el contenido de ese
sobre, en los deseos y aspiraciones que esas palabras podrían llevar, en las lágrimas
que pudieron hacer de esperanza y de tinta para escribirla.
Pasaron
los años y aquel detalle imperecedero de mi visita a Israel quedó definitivamente
reforzado como ese valioso recuerdo.
Por
suerte, aquellos malos momentos de Pilar, pasaron. El camino de su vida
afortunadamente empezó a no tener curvas pronunciadas y, entre las mejores añoranzas
de mis viajes alrededor de este fascinante mundo, figura el haber sido un
mensajero anónimo que hizo un precioso recado: dejar un sobre cerrado entre las
hendiduras de algunas de las piedras más célebres de la humanidad. Todo un
honor.
Y
es que viajar es eso. No es solo conocer, es también sentir. No es sólo pasear,
es también experimentar. No es sólo visitar, es también abrigar cariñosamente con
el recuerdo unas vivencias únicas.
La vida me permitió ser el enlace, la conexión, el cordón umbilical entre mi amiga y unas icónicas piedras que son el lugar de peregrinación de millones de personas en el mundo.
¡Como para olvidarlo!
Para finalizar, indicar que este reportaje se publicó en la web del periódico español LA RAZÓN el 4 de febrero de 2021. Os dejo el link:
https://www.larazon.es/viajes/20210204/tkaf2fs4era27e654i4dzy3gp4.html
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