Le conocí personalmente por casualidad, aunque ya había oído hablar de él. Camino la ciudad de Évora hice una parada en Vila Viçosa, un pueblo con tanta historia a sus espaldas que es imposible, si estás cerca, no hacer un alto en el camino para empaparse de la belleza de esta bonita localidad alentejana.
Hay
una especie de idilio entre este humilde producto y el cocinero. La “bolota”, claro
que sí, también es un símbolo del Alentejo. Sus interminables “montados” hacen,
por ejemplo, que sea el hábitat perfecto para que se alimenten los cerdos ibéricos
que campan a sus anchas por estas dehesas de encinas y alcornoques.
El
restaurante es ciertamente bonito, con acceso desde la calle o desde el interior
del hotel. El mármol, al igual que en todo este alojamiento de cinco estrellas,
también tiene su cuota de protagonismo decorativo con un gran bloque sobre el
que se asienta un cristal trasparente que lo transforma en una impresionante
mesa para varios comensales. Diría que única, sin igual. Ese protagonismo
también lo apreciamos en algunos originales recipientes. No quiero adelantarles
más.
No
quiero olvidar un dato que creo relevante. Cocina, en parte, a la vista tras un
gran cristal. Siempre lo aplaudo y celebro. El comensal puede ver, al fondo,
trabajar a todo el equipo. Las razones para elogiar este relevante detalle son
obvias.
Por cierto, tanto la vajilla, como la cubertería, como la cristalería, como la mantelería –con bordados dorados con el logo del hotel- están cuidadosamente seleccionadas. Les gustarán.
No hay mejor enseñanza en la vida que la experiencia propia. Es la mejor de las razones para fundamentar un consejo. Mi testimonio recomendándolo está, en este sentido, repleto de variados y sólidos argumentos personales como son las numerosas ocasiones en que he comido entre esas paredes.
Siempre
bien, siempre con un servicio magnifico, siempre con un excelente trato del
producto, siempre con un mimo en la presentación y siempre con algún plato de
los que te quedan para el recuerdo.
Permítanme
que les escriba el nombre de dos de ellos: “Bivalves da costa alentejana e
acelgas” (para mí, uno de sus platos estrella) y “cebola recheada de pezinhos
de coentrada e bolota” (con una original presentación en el interior de una
cebolla que ya se ha hecho famosa).
Su
nombre es, por sí mismo, un homenaje a la bellota. Sin duda. Aconsejo, en este
sentido, echen un detenido vistazo a uno de sus libros: "O renascer da bolota" (“El renacer de la
bellota”). Sugerente título.
Les
recuerdo que Pedro Mendes es mucho más. Es innovación, singularidad, atrevimiento
y mucho cariño por la profesión. Hay mucha autenticidad en su trabajo. Cocina
sin tapujos en la que expresa su forma de entender la gastronomía. Nos habla con su trabajo.
Los tres menús degustación que ofrece en estos momentos su “ementa” (llamados “Menú da Vila”, “Menú do Campo” y “Menú Alentejano”) son la mejor muestra su buen hacer. Todo ello, regado con una muy buena carta de vinos en la que, si es posible, aconsejo soliciten visitar la excelente bodega del restaurante.
Se preguntarán por qué tiene un nombre tan curioso y llamativo: Narcissus Fernandesii. Les dejo este interrogante para que lo despejen cuando coman allí. Disfrútenlo, saboréenlo, alégrense de haber estado degustando el trabajo de este gran chef.
Son
muchos los restaurantes en los que he comido en el país vecino. De norte a sur,
de este a oeste. Son, pues, muchos los cocineros que he conocido, durante años,
en este periplo gastronómico por Portugal. Tengo la sensación de que Pedro Mendes no solo
es un brillante presente; es también una persona reconocida en su profesión y
un prometedor futuro.
Por último, para concluir este post, recordar que este artículo se publicó en la web del diario español LA RAZÓN en 26 de octubre de 2020.
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