Pasan
unos minutos de las nueve de la mañana. El día es soleado. Conduzco a través de
las inclinadas y serpenteantes callejuelas del barrio de Alfama hasta llegar al
castillo de San Jorge. Se agradece, al salir del coche, una leve y refrescante
brisa mañanera. Estoy en los orígenes de Lisboa, en el famosísimo Palacio
Belmonte, rodeado de murallas centenarias.
La
entrada en automóvil al recinto amurallado del castillo está limitada. Aún así,
no tengo problemas cuando digo que voy a
este emblemático alojamiento.
Se
trata de uno de los edificios más antiguos de la capital portuguesa. Tanto que
los muros originarios de este hotel/palacio se remontan a tiempos romanos.
Su
situación estratégica, sobre una colina desde donde se otea perfectamente el
horizonte, hace que desde sus inicios fuera considerado el perfecto emplazamiento
para una fortificación. Así lo entendieron romanos y musulmanes cuando
dominaban estas tierras. Sin duda, una experiencia única y un privilegio
pernoctar en un hotel como éste.
El
paso de los siglos trajo como colofón, tras numerosas ampliaciones y
reconstrucciones, un bellísimo palacio que recientemente ha sido trasformado en
un impecable cinco estrellas.
Los reconocimientos, homenajes y galardones a
este concienzudo trabajo no se han hecho esperar. En el año 2000 recibió
un prestigioso premio a la regeneración urbana concedido por la Royal
Institution of Chartered Surveyor, que fue entregado por el príncipe Carlos de
Inglaterra. En el 2009 obtuvo el segundo premio, ex aequo, en los premios Worl
Luxury Hotel como unas de las suites más bellas de hoteles del mundo. Además, es
desde 1910 Monumento Nacional portugués y en 1997 se le catalogó como de
Interés Nacional.
Dicen,
con razón, que muchas veces un imagen vale más que mil palabras; pero también
es cierto que unas pocas palabras pueden resumir a la perfección un sentimiento.
Creo que la mejor manera de definir este alojamiento es la hecha por Andrew
Harper cuando dijo: "Palacio Belmonte habla tan profundamente de
Lisboa que algunos días apenas sentimos la necesidad de salir".
No
son muchas habitaciones, apenas once; todas ellas suites. Todas diferentes,
cada una con su personalidad, cada una con su característica decoración, pero
con una filosofía común: preservar la historia de estos muros.
Mi
primer consejo es, una vez lleguemos a nuestra habitación, recorrer las
diferentes estancias del palacio. Es casi una obligación. Preciosos
artesonados, increíbles vistas sobre el río Tajo, muebles que respiran historia
y una excepcional colección de la típica azulejería portuguesa decorando muchas
de sus estancias.
El
trato, cercano y profesional, consigue que el huésped se sienta cómodo entre
estas paredes. La atención es impecable y propia de un lugar tan exclusivo como
éste.
Piscina,
jardín, fantásticos balcones con terrazas donde desayunar, panorámicas únicas,
biblioteca o sala de estar con chimenea son algunas de los servicios que
ofrece el palacio. Todo ello, unido a una
sucesión de esculturas y obras de arte, seculares y más modernas, que no hacen
más que reflejar el mimo y cariño que sus propietarios sienten por el mundo de
la cultura en cualquiera de sus facetas.
Es
ciertamente sugerente el nombre con el que se bautizan estas suites: Padre
Himalaya, Fernando de Magallanes,
Agostinho da Silva, Gil Vicente, Amadeo Sousa Cardoso o Fernando Mendes Pinto,
por citar algunos. Nombre de grandes personajes de la historia cuyo recuerdo ha
sobrepasado, con creces, los tiempos en que vivieron.
El
compromiso de sus propietarios por el arte se diversifica en muchas aristas.
Existe un premio de "cortos" cinematográficos, como forma de apoyar
la realización de este tipo de películas ayudando a guionistas con talento.
Además, el Palacio se ha convertido también en un escenario ideal para
exposiciones pictóricas, para conferencias o para encuentros literarios. Arte,
cultura e historia de la mano en un espacio tan especial que incluso ha sido plató
de famosas películas. Imposible encontrar mejor escenario.
Simplemente
acercarse a tomar un café en un marco tan magnífico como su cafetería, donde la
sugerente y cuidada decoración se mimetiza entre grandes arcos y robustas
paredes que antaño tuvieron otros fines, para
escuchar un concierto de piano es una experiencia inenarrable. Placer y cultura, nuevamente de la mano.
La palabra "encanto" se
suele utilizar para aquello que cautiva la atención de alguien por sus
atractivos. Si esto es así, definir
Palacio Belmonte como un hotel con encanto es un acierto.
No
es, desde luego, un alojamiento al uso. Hay mucho de mágico, de distinto en
palacio Belmonte. Quien venga hasta aquí debe saber que se siente con total
nitidez el concepto de "restauración sostenible".
Se respetaron los
azulejos, los frescos, los ladrillos y el cien por cien de sus muros, tratando
de, en la medida de lo posible, no defraudar a los densos siglos de historia que atesoran. A la vez, esta impagable expresión de arte de diferentes siglos se conjuga con exposiciones de todo tipo donde artistas consagrados y jóvenes promesas exponen sus trabajos y dan forma a sus más que originales y vanguardistas ideas.
Por
cierto, y no es cuestión insignificante, al alojarse en Palacio Belmonte el huésped
tiene la sensación de estar en un emblemático lugar sin renunciar a las
comodidades del siglo XXI.
Web: www.palaciobelmonte.com
Teléfono: +351 21 881 6600
Un último consejo: estamos muy cerca del Panteón Nacional, una visita obligada en Lisboa. No pierdas la ocasión de verlo.
Teléfono: +351 21 881 6600
Un último consejo: estamos muy cerca del Panteón Nacional, una visita obligada en Lisboa. No pierdas la ocasión de verlo.
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