A veces me pregunto, cuando estoy en Tel Aviv, de dónde saca esa envidiable capacidad de reinventarse esta preciosa ciudad del Mediterráneo más oriental.
La vitalidad, el vigor, el empuje
o la fortaleza de una ciudad se pueden vislumbrar en muchos aspectos
(gastronómico, comercial, cultural, tecnológico, el ambiente que se respira, etc.,
etc.). Uno de ellos es, con seguridad, el arquitectónico.
Resulta ciertamente increíble que
cada vez que la visito descubro nuevos edificios y nuevas impactantes construcciones
que son la evidencia del poderío económico y la fortaleza financiera de una
urbe que apenas, podríamos decir, tiene cien años de vida (si excluimos la
ciudad vieja de Jaffa).
Junto a esa inigualable joya
arquitectónica (uno de los emblemas arquitectónicos y urbanísticos de la
ciudad) como es la llamada “Ciudad Blanca” -declarada Patrimonio Mundial de la
Humanidad por la UNESCO debido a la gran concentración de edificios de estilo
Bauhaus-, nos topamos con una sucesión, casi incontable, de rascacielos (muchos
de ellos diseñados por arquitectos y firmas de renombre internacional) que
evidencian que la ciudad está viva. Muy viva.
No tengo dudas: son buenos
tiempos para Tel Aviv. No es de extrañar que muchos profesionales de todo el
mundo, de los más diversos ámbitos y especialidades, pongan sus ojos en esta
ciudad costera, animada, cosmopolita y muy divertida.
Vitalidad y prosperidad serían
las dos palabras que, a primera vista, se me ocurren para aglutinar lo que
quiero describir de la que es el centro financiero del país.
Edificios de primer nivel por su
altitud, modernidad y diseño los hay de todo tipo. Algunos realmente
emblemáticos y, muchos de ellos, sedes de grandes multinacionales del sector de
la alta tecnología mundial.
Imposible citar todos estos
rascacielos. Sin embargo, me viene a la memoria en estos momentos, por ejemplo,
la Torre Electra (con 165 metros de altura), la Torre Toha (con forma de
iceberg, ganó hace pocos años el premio al mejor rascacielos de Oriente Medio) o
el famosísimo centro Azrieli. Este último está constituido por tres
impresionantes rascacielos -utilizados para oficinas y conectados en su base- que
tienen un curioso diseño: una torre es triangular, otra circular y la tercera,
la más moderna, cuadrada. Pues bien, en este emblemático entorno está
proyectada la construcción del que será el más alto de los edificios de Israel:
un inmenso rascacielos, en forma de pergamino que se desenrolla, de dimensiones
ciclópeas, cuyo diseño será -por sus formas y según comentan- un homenaje al
pasado del pueblo judío.
Tuve la suerte de disfrutar Tel
Aviv “desde el cielo”, concretamente desde un globo estático situado en el
parque Yarkon, el más grande de la ciudad. Aproximadamente quince minutos a
unos cien metros de altura es tiempo suficiente para hacerse una idea, con esas
inigualables vistas, de ese Tel Aviv vibrante, con muchas grúas, de crecimiento
y con un “skyline” en continuo movimiento.
Se van conociendo nuevos
proyectos y nuevas ideas de construcciones a las que las autoridades locales ya
han dado luz verde y no deja de impresionarme cada vez que tengo conocimiento
de ello o veo esos impactantes propósitos.
Por todos es sabido que Israel para los cristianos es especialmente un destino de “tierra santa” y de peregrinación, pero no debemos olvidar que hay mucho más. Limitar este país a esa vertiente religiosa, por muy importante que sea para las tres grandes religiones monoteístas del planeta, es coartarle muchas posibilidades al viajero.
Por ello, aconsejo hacer un alto
en el camino, de dos días, por ejemplo, para detenerse en Tel Aviv. Conocerán
una dimensión novedosa para muchos, que no suele salir en los medios de
comunicación: la de un país moderno, desarrollado, que avanza, que se reinventa
y, esto es importante, seguro para el turista.
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