Recuerdo como, de pequeño, en épocas
navideñas, mirábamos boquiabiertos desde la calle los escaparates llenos de
juguetes. La mayoría de los niños decían unas palabras que se repetían una y
otra vez: “me lo pido, me lo pido”.
Era una manera inocente de
expresar que nos gustaba. Formaba parte de nuestros anhelos y deseos de la
infancia. Queríamos y soñábamos ilusionados con que los Reyes Magos nos
agasajaran con ese objeto tan querido.
Pues bien, viajando recientemente
por Lisboa, tuve la suerte de pernoctar en uno de esos hoteles de los que diría
también, a pesar de la madurez de quien escribe y de los años trascurridos, las
mismas palabras: “me lo pido”.
Así es, Memmo Príncipe Real, es
uno de esos alojamientos emblemáticos de la capital portuguesa. Un cinco
estrellas que supone una conjunción de la elegancia en los más variados
aspectos: arquitectura, pintura, decoración, ambiente, trato, hospitalidad, gastronomía,
amabilidad, situación ...
Un espacio donde se fusionan diversas vertientes del arte a las mil maravillas con nombres propios tan reconocidos como el arquitecto Samuel Torres de Carvalho, Carlos Barahona Possollo (autor de esa magnífica pintura de D. Pedro V que preside, dándonos la bienvenida, la entrada del hotel), Iva Viana (con su imaginativo trabajo escultórico con yeso) o Miguel Branco, entre otros.
Aquí las expectativas se cumplen.
La decoración de las habitaciones, la impresionante situación del edificio en
una de las partes altas de Lisboa regalando unas inmejorables vistas, la
posibilidad de disfrutar de su piscina panorámica de agua caliente, su terraza de
cuento de hadas, el acierto de ambientar un pequeño paraíso para tomar de noche
una copa o un coctel, su magnífico desayuno o el delicado trabajo que la cocina
que su restaurante (Café Príncipe Real) ofrece al comensal -con claros guiños a
lugares del planeta que durante siglos tuvieron influencia portuguesa- son algunas innegables señas de su identidad.
Define, entre otras acepciones,
el diccionario de la Real Academia de la Lengua la palabra huella como “señal o
rastro que queda de una cosa o de un suceso”. Dicho vocablo también se puede aplicar
de este hotel porque deja una agradable impresión en el recuerdo, difícil de
olvidar, en aquellos huéspedes que tuvieron la fortuna de pasar por allí.
Poco tiempo de vida y ya empieza
a ser referencia. Un ejemplo más de la alta calidad de muchos de los
alojamientos nuevos que se están abriendo en el país vecino. Hay que escribirlo
y decirlo, Portugal está en estos momentos de moda. Razones hay sobradas para
visitar este país y su capital.
Un pequeño túnel, en el edificio lisboeta de la Rua Príncipe Real, número 56, como entrada. Nada parece indicar en principio lo que nos vamos a encontrar.
Quizás eso le dé también un aire de
magia, de descubrimiento, de sorpresa. Las viejas paredes del túnel desembocan
en una arquitectura moderna, de líneas rectas, de geometría perfecta, atractiva
e impactante donde, en mi opinión, el arquitecto apuesta por la luminosidad y
las vistas.
Habitaciones con todo tipo de
detalles -como el Porto Tonic (que no desvelo)-, estudiada decoración, amenities
de primer nivel y grandes ventanales.
Tiene que ser así. El vidrio, las
vistas, las grandes ventanas forman parte indispensable de la fisonomía y de la
filosofía del edificio. Si estamos en un pequeño promontorio panorámico hay que
disfrutarlo al máximo. Parece lógico. Que la luz entre por todos los poros del hotel
y que el edificio nos permita ver la histórica Lisboa que se extiende frente a
nosotros.
El escenario es impresionante: habitaciones con espectaculares balcones y desayunar, comer o cenar magníficamente con Lisboa como telón de fondo ¿Se puede pedir más?
Háganme caso, si desean pasar un fin de semana inolvidable en una de las ciudades más bonitas de Europa apunten en su agenda para pernoctar Memo Príncipe Real.
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