Déjame que introduzca en este reportaje alguna
referencia familiar. Mi padre, nacido en el pueblo riojano de Azofra, llevaba siempre
en su corazón la Virgen de Valvanera, patrona de esta Comunidad Autónoma.
Para
un riojano Valvanera es algo más que un tema religioso. Sobrepasa, siendo
indiscutiblemente un lugar de peregrinación, las paredes de esta abadía benedictina.
Valvanera es parte de la idiosincrasia de esta
región. Es un claro símbolo de identidad, una referencia histórica, un reclamo turístico y una visita
obligada para el viajero. Si vas a La Rioja, tienes que pasar por Valvanera. De no ser así, parecería que en el viaje quedase algo suelto, por terminar.
Para que te hagas una idea, aunque sea más
desconocida para el gran público, Valvanera es a La Rioja, lo que Monserrat a
Cataluña, Covadonga a Asturias, Guadalupe a Extremadura o el Pilar a Aragón,
por poner algunos ejemplos análogos.
Ubicado en un paraje natural privilegiado, en el
término municipal de Anguiano, en plena sierra de la Demanda, es un espacio sin
igual. Un territorio donde la naturaleza aún manda y las huellas del hombre, en algunos lugares, parecieran
no haber llegado. Entre estas montañas y entre estos tupidos bosques lobos,
zorros, conejos y ciervos campan a sus anchas. Un aire fresco y limpio, ajeno a
todo tipo de contaminación, que invita a la tranquilidad.
Pues bien, en tan inolvidable enclave se levanta
este monasterio dedicado a la devoción de la Virgen de Valvanera. Las centenarias piedras de estos muros han
visto pasar durante siglos importantes avatares de la historia de España. Fue,
por ejemplo, en sus orígenes, un territorio disputado por las coronas de
Navarra y Castilla. Ahora, por el contrario, es ruta de paz, de romeros, de peregrinos,
de senderistas y de amantes de la naturaleza. Un lugar para el sosiego, para la
meditación, para encontrase con uno mismo, con Dios y con la naturaleza.
Mi paso por esta abadía fue a principios del mes de
septiembre. Venía de la localidad vinícola de Haro, donde estuve visitando el
Museo Dinastía Vivanco y las bodegas de Cvne, en el conocido “barrio de la
estación”. Indiscutiblemente, un importante cambio de aires en menos de una hora.
Quizás
esta circunstancia es un ejemplo clarificador de lo que es y ofrece La Rioja:
pequeña pero diversa, variopinta, con multitud de cercanas posibilidades. Sus
poco más de cinco mil kilómetros cuadrados dan mucho de sí.
Puedes estar
aprendiendo de vinos en alguna de las más acreditadas bodegas de España y, en
poco más de media hora, pasear por la sierra de la Demanda envuelto por una
naturaleza espectacular.
El día amaneció sin nubes y, según avanzaban las
horas, el sol hacía de las suyas. Quizás excesiva luz para hacer buenas
fotografías. Demasiado contraluz. Imposible conseguir buenas instantáneas. Desde luego, eso era lo de menos. Por ello, debo agradecer que Turismo de La Rioja me dejara algunas de las fotografías de este reportaje.
Mi ilusión por retornar a
Valvanera superaba cualquier contratiempo. ¡Cuántos años han pasado desde mi última
visita!. Prácticamente era un adolescente.
Recordaba vagamente aquel viaje.
Resonaban en mi memoria el intenso color verde de las montañas, el río Najerilla y el frío
que hacía aquel invierno. La sinuosa carretera que lleva hasta Valvanera sigue
(al menos, así lo recuerdo) con las mismas curvas, pero es tal el verdor de las
montañas que nos rodean que uno casi agradece, para poder disfrutarlo más
tranquilamente, ir conduciendo con cierta lentitud.
La primera gran sorpresa que tuve, nada más llegar,
fue saber quién iba a ser mi guía, mi cicerone. Lo digo con
rotundidad, el mejor.
Me recibió D. Jesús Martínez de Toda, prior del monasterio. A eso de las cuatro, pues antes
estaba aún en tiempo de oración, podíamos verle. Como llegamos algo pronto,
nada mejor para hacer tiempo que dar una vuelta y tomar un café.
El padre Jesús, como le gusta que le llamen, es persona
agradable, de buena y apabullante conversación. Se ve que disfruta del trato
personal. Está acostumbrado a ello. No es de esos religiosos que se “recluyen”
entre las paredes del monasterio. Puedes hablar de todo con él; de lo divino y
de lo humano.
De su mano fuimos
conociendo el monasterio, su historia y sus problemas. Hombre llano y afable, nos
fue relatando cómo se iban reformando muchas estancias del monasterio para
adaptarlo a las necesidades del día a día. Todo un lujo disfrutar de sus
explicaciones.
Si sigues este blog sabrás que en mis reportajes no
pretendo detallar normalmente datos históricos del
lugar que visito. Como he dicho en varias ocasiones, para esto existen
extraordinarias guías de viaje en las librerías que te recomiendo comprar. Narrogeographic es un humilde blog donde
relato mis experiencias, mis sensaciones, mis alegrías y mis penas viajeras. Es
mi personal cuaderno de bitácoras viajero, y eso pretendo hacer también en este
reportaje.
Tras adentrarnos en numerosos rincones de la abadía, el final de este recorrido –no podía ser de otra forma- fue acercarnos a ver a la Virgen, una talla de madera de estilo románico, de incierto origen, con el niño Jesús sentado sobre sus piernas. Madre e hijo, a pesar de las evidentes limitaciones que tenía como estilo artístico el románico, transmiten una sensación de placidez y serenidad. En la actualidad, la talla está protegida, por razones de seguridad, por una gran caja de cristal.
A Valvanera también puedes venir a dormir. No solo
hay que estar unas horas y marcharse.
La hospedería de la abadía, regentada por
los monjes benedictinos, tiene cómodas habitaciones, a precios francamente baratos, donde pernoctarás en un
oasis de tranquilidad. Un buen antídoto contra el estrés y el agotamiento de la
vida moderna. Un lugar para encontrarse.
Por cierto, según te acercas a Valvanera, te
recomiendo que hagas una parada en Aguiano, un pequeño pueblo de grandes
pendientes que parece haber enraizado en las laderas de la montaña. Aquí
se celebra anualmente una de las fiestas riojanas más famosas: los zancudos de
Anguiano. Seguramente la habrás visto
en televisión.
Lo que te cuento en estos párrafos es parte de mi experiencia en
Valvanera. Disfruté recordando un antiguo viaje, me ensimismé viendo la iglesia
gótica que se erigió sobre un antiguo templo románico y, sobre todo, fui a ver a la Virgen.
Sencillamente, me gusta venir hasta aquí.
Una curiosidad es que los monjes elaboran un licor muy característico. No es mala idea comprar una botella.
Después de todo lo escrito es fácil adivinar mi
recomendación viajera. Hazme caso, sea por razones religiosas o no,
acércate.
Independientemente de ello, quiero resaltar que
existe una ruta de los monasterios, perfectamente organizada, que incluye
conocidos monasterios como el de Suso y Yuso (declarados por la UNESCO Patrimonio
Mundial de la Humanidad), el cisterciense de Cañas, el de Santa María La Real
de Nájera y el de Valvanera. Te aconsejo, si tienes tiempo, la recorras. Además,
la distancia entre ellos es pequeña.
Por último, quiero recordar que son varios los municipios
riojanos que en fiestas realizan romerías hasta Valvanera. La más famosa es la
que tiene su origen en Logroño.
Conocida popularmente como “la Valvanerada” (www.valvanerada.com), los
romeros recorren un total de sesenta y tres kilómetros. Evidentemente, a pesar
del lógico cansancio, la devoción y la fe superan el sueño, la fatiga y las ampollas.
Es, por derecho propio, parte importante del calendario de las celebraciones riojanas.
Como podrás ver, La Rioja es mucho más que vinos.
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