¡Qué difícil resulta describir Nápoles!. Quizás lo más apropiado sea decir que se trata de una ciudad de impresiones encontradas, de sentimientos opuestos. Seguro que cualquier viajero que lea estas líneas y recuerde su paso por esas tierras estará de acuerdo.
Nápoles admite casi todo tipo de calificativos. Es histórica, marinera, orgullosa, algo desestructurada, religiosa, caótica, confusa, etc. etc. Y es que aquí se mezclan una serie de ingredientes tan dispares y tan personales que hacen de ella una capital realmente única. Tiene, y posiblemente sea ésta la mejor forma de explicarla, personalidad propia. De eso no hay duda.
¡Nápoles es Nápoles!. No necesita parecerse a nadie, ni siquiera lo desea. Es como si quisiera seguir siendo así. No envidia la elegancia de las urbes del norte de Italia, ni las grandes avenidas de otras ciudades. No le importa mostrar al viajero, junto a grandes palacios e inmensos castillos, viejas callejuelas donde sus vecinos tienden la ropa en calles y fachadas de edificios que parecen pedir a gritos una merecida mano de pintura que nunca llega.
Nápoles no se esconde; no es un escenario improvisado para el turista. Es real, auténtica, sin tapujos, sin escondites. Lo que hay, se ve. No se oculta. Aquí no existen disimulos. Por ello, no debe extrañarnos, mientras disfrutamos de la belleza de muchas de sus iglesias, de la suntuosidad de sus palacios, de la riqueza de sus museos o de la estampa única e irrepetible de su preciosa bahía, advertir un tráfico caótico, y tener la sensación de que quedan muchas cosas por hacer, que, posiblemente, debido a su importancia económica, histórica e industrial, deberían estar realizadas.
Seguramente, cuando lleguemos a Nápoles no llevarán al centro de la ciudad para mostrarnos muchos de los grandes edificios y conocer así algo de su densa historia. No son éstas palabras vacías porque la UNESCO declaró, con todo merecimiento, Patrimonio Mundial de la Humanidad su casco histórico.
En todo caso, hay tanto por ver en la ciudad que serán necesarios varios días para hacernos una precisa idea de los tesoros que esconde. Entre otros, la iglesia de San Francisco de Paula, la galería de Umberto I, la Catedral, el Palacio Real, el castillo dell´Ovo, el castillo Maschio Angioino, el palacio de Capodimonte, la iglesia de San Lorenzo, Piazza Plebiscito, etc., etc.
Desde luego, son visitas obligadas, pero no está nada mal perdernos para saborear a nuestro aire el Nápoles más auténtico, para degustar su extraordinaria gastronomía, para hacer algunas compras, para empaparnos un poco de sus contrastes y para inmortalizar con nuestra cámara esos momentos inolvidables que regala la capital de la Campania italiana.
Ahora bien, Nápoles tiene un espía perenne, una especie guardaespaldas: el Vesubio. Un volcán, de alargada sombra, situado a pocos kilómetros. Como curiosidad, las vistas del mismo desde el barco mientras se navega por la bahía de Nápoles son realmente espectaculares
Lo único cierto es que Nápoles no deja indiferente a nadie.
Hay quien la ama y hay quien la olvida pronto. Hay quien se desilusiona rápido y hay quien no duda en volver y volver. Si sirve como consejo, puedo decir que, en mi caso, son tres ya las ocasiones en que he estado allí.
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