Recorrer La Valeta (capital
de Malta) es disfrutar, a través de su arquitectura y su urbanismo, de
una ciudad sin igual.
Su posición estratégica en medio
del Mediterráneo, la orografía del terreno, las murallas, fuertes y baluartes
que defienden su puerto o los palacios, templos y albergues evidencian que su
rico pasado está presente en cada rincón.
Mucho tiene que ver con ello
la Orden de Malta (Soberana y Militar Orden Hospitalaria de San Juan de
Jerusalén, de Rodas y de Malta) que, durante tantos siglos, tuvo presencia y
gran protagonismo en este archipiélago.
Diría que hay tres ejemplos
arquitectónicos, de los muchos que podemos encontrar, que muestran el poder
político-económico, militar y religioso de esta Orden.
Me refiero al Palacio de Gran
Maestre, a las fortificaciones y fosos que defienden la ciudad y a la famosa Concatedral
de San Juan Bautista (www.stjohnscocathedral.com).
Estos párrafos van dirigidos a
este inigualable templo catedralicio, el mayor de La Valeta, y en especial,
aunque parezca curioso, a su impresionante y asombroso suelo.
Lo cierto es que, a
primera vista, observando su sobria fachada y un exterior carente de adornos,
nada invita a imaginar la riqueza decorativa y el esplendor artístico de su
interior.
Con independencia del altar
central, de sus espectaculares capillas laterales, de la riqueza decorativa de
su techo y de la profusión de innumerables obras de arte (entre las que destaca
una de las obras maestras del gran pintor italiano Caravaggio como es “La
decapitación de San Juan Bautista”), mi recomendación es mirar con detenimiento
hacia abajo.
Bajo nuestros pies
descubriremos alrededor de cuatrocientas lápidas policromadas de mármol
correspondientes a tumbas de antiguos Caballeros y Oficiales de la Orden de
Malta.
Espectaculares losas,
perfectamente talladas en diferentes colores, van formando un precioso
mosaico que lo cubre todo.
Imposible que el viajero no se
quede boquiabierto y algo incrédulo al apreciar la belleza que a ras de suelo
se despliega.
En estas lápidas veremos
esculpidos, entre otras cosas, escudos de armas, epitafios, detalles o escritos
sobre los orígenes del difunto, algún relato de su vida o símbolos heráldicos
que delatan su linaje.
Otras de ellas, por el contrario,
nos recuerdan la transitoriedad y finitud de la vida con elementos decorativos
tan explícitos como relojes de arenas, rejas, huesos, esqueletos o calaveras.
Mención especial, entre las
tumbas de todos estos Caballeros, aunque en este caso es un sarcófago dentro de
la cripta del templo, merece la de quien fuera el fundador de la capital, le
diera nombre y además Caballero de la Orden, con un papel decisivo, durante el
gran asedio de 1565 cuando las tropas otomanas intentaron conquistar
infructuosamente el archipiélago. Me refiero a Jean Parisot de La Valette.
Obviamente, esta sucesión
de lápidas (tanto en la nave principal como en las diferentes capillas
laterales), recordando la vida de ilustres Caballeros Hospitalarios, es
un verdadero y singular tesoro artístico.
Normalmente, cuando pensamos en
famosos suelos del mundo de templos católicos, rápidamente nos vienen a la
memoria ejemplos tan representativos como la Catedral de Siena, la Iglesia de
San Miguel Arcángel de Anacapri, la Basílica de San Vitale de Rávena o Santa
María del Fiore de Florencia.
Sin duda alguna, el de la
Concatedral de San Juan Bautista de La Valeta debe tener un puesto privilegiado
entre ellos.
Finalizo indicando que estos párrafos se publicaron en la web del diario español LA RAZÓN el 25 de noviembre de 2025.



























































