Mencionar la palabra Guanajuato es referirse a una de las ciudades más bonitas de México. Capital del estado del mismo nombre, la UNESCO declaró a “la ciudad histórica y a las minas adyacentes” Patrimonio Mundial de la Humanidad en 1988.
Su fascinante historia e
importancia económica en época virreinal, la gran riqueza minera de este
territorio que llegó a ser en el XVIII uno de los grandes centros de extracción
de plata del mundo, sus impresionantes templos, su centenaria Universidad, el
irregular diseño urbanístico provocado por la orografía del terreno, sus
arraigadas tradiciones (muchas de ellas, de reconocible influencia española),
la especial conexión con Miguel de Cervantes y su obra literaria (llegando a
afianzarse, con más de cincuenta ediciones a sus espaldas, el prestigioso
Festival Internacional Cervantino) o su gastronomía, son acicates suficientes
para que Guanajuato se encuentre en un lugar privilegiado de su nuestra agenda
de futuros viajes.
Tuve la suerte de conocerla hace
poco tiempo y, sabedor de la dificultad de resumir sus encantos en unos
párrafos, diría que mucho de lo que quiero expresar sobre ella el viajero lo
apreciará desde el más importante de sus miradores.
Me refiero al mirador del
Pípila (llamado así por la gran estatua, construida con cantera rosa, erigida
en honor a un minero –Juan José de los Reyes Martínez, apodado el “Pípila”-
que formó parte de las tropas de Miguel Hidalgo teniendo un papel decisivo en
la toma de la Alhóndiga de Granaditas, donde se encontraba acuartelado el
ejercito realista).
Desde este privilegiado promontorio, visita desde luego inexcusable, descubriremos mucho de lo que ha sido y es Guanajuato. Por ejemplo, su ubicación en un valle rodeado de montañas (muchas de ellas, llevan en su vientre la riqueza de los minerales que la hicieron famosa y próspera durante siglos y que, aún a día de hoy, se extraen).
Esta panorámica nos permite
también entender su característico paisaje urbano, formado por calles
estrechas, subidas y bajadas, miles de callejones y plazas de irregular trazado.
Digamos que esta circunstancia es parte del ADN urbano de Guanajuato.
Como curiosidad, están
registrados más de tres mil callejones, algunos con nombres (fruto, en
numerosos casos, de leyendas locales) tan singulares como del Infierno, del
Beso (el más famoso y turístico de todos), de los Corazones, del Bueno, del
Tecolote o de la Condesa.
Dejar pasar el tiempo, mientras
admiramos esta envidiable panorámica, nos permite distinguir sus grandes
templos (de una majestuosa arquitectura virreinal en el que sobresale la
Basílica de Nuestra Señora de Guanajuato, epicentro de la ciudad), el gran edifico
de la Universidad con su famosa escalinata, el intenso verdor del jardín Unión
o las coloridas casas que, trepando por las colinas que nos envuelven,
van transformado poco a poco este paisaje.
Para acceder hasta el mirador,
además de la posibilidad de subir a pie, hay un cómodo funicular que se toma en
las traseras del icónico teatro Juárez (uno de los más bonitos de
México y otra parada obligada en nuestro recorrido).
En apenas dos minutos llegaremos
a lo alto de este cerro dominado por la gran estatua del Pípila.
Descubriremos frente a nosotros
la belleza de unas vistas sin igual de una ciudad que parece desplegar todos
sus encantos deseosa de ser fotografiada desde una ubicación tan especial.
Nada debe extrañar que este
famoso mirador sea uno de los lugares más visitados de Guanajuato y mención
obligada en cualquier guía turística.
No hay dudas, desde este este
gran balcón al aire libre, el viajero certificará la belleza de un lienzo único
creado gracias a la fusión de la naturaleza colindante y la acción del hombre
durante siglos.
Finalizo indicando que estos párrafos fueron publicados en la web del periódico español LA RAZÓN el 17 de octubre de 2025.
Subiendo al Mirador del Pípila
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