Han sido muchas horas de coche, pero, por fin, estoy en la localidad vallisoletana de Peñafiel. Lo primero, acercarme al hotel para dejar las maletas y asearme un poco.
Se trata de un precioso cuatro
estrellas situado en lo que antaño fuera, en el XVII, un antiguo convento de monjas
clarisas. Uno de esos alojamientos con encanto que atesora argumentos de sobra para
ser recomendado.
No puedo evitar dar un paseo por estos
muros con tanta historia, especialmente por lo que fuera su antiguo claustro. Me
gusta sentir el pasado de estas centenarias paredes e imaginar la cantidad de
historias que, entre celdas, comedores, capillas, pasillos, huertos y oratorios,
se han ido sucediendo a lo largo de los siglos.
En mi recorrido, cuando accedo a
una gran terraza exterior, descubro frente a mí la imponente imagen de uno de
los castillos más bonitos de España.
Erigido sobre un estrecho cerro, estratégicamente
situado, es sin duda una de las fortalezas medievales más espectaculares que el
viajero pueda encontrar por estas tierras castellanas. Lógico que fuera
declarado Monumento Nacional.
Imposible no hacerse una fotografía con un fondo tan especial. Una instantánea de las que se recuerdan por mucho tiempo.
El paso siguiente era casi
obligado. Tenía que conocerlo. Como contaba con tiempo, nada mejor que coger el
coche y subir por una empinada y serpenteante carretera hasta lo más alto.
Impresiona, además de las
panorámicas únicas que regala al dominar desde esta altura la confluencia entre
los ríos Duero y Duratón, estar allí y pensar en la valiosa ubicación de esta
fortificación que durante mucho tiempo vigilaba estos territorios fronterizos
entre reinos cristianos y musulmanes.
Sorprende también su estilizado
diseño. Con más de doscientos metros de largo y apenas veinte de ancho, sus
dimensiones y forma alargada están motivadas por la orografía del cerro sobre
el que se erige.
En la actualidad, y tras una
magnífica restauración, alberga en Museo Provincial del vino. Detalle nada
insignificante al fusionarse en un enclave tan singular la historia y leyenda
de un castillo sin igual con la gran tradición vitivinícola de una tierra donde
se elaboran algunos de los vinos más afamados del mundo.
Por cierto, hablando de esta
localidad castellana, siempre es bueno recordar las palabras, haciendo caso a
la tradición, que pronunció el conde Sancho García, tras conquistar la ciudad
en el año 1013, mientras clavada su lanza en lo más alto de este promontorio
rocoso: “desde hoy en adelante, esta será la Peña Fiel de Castilla”.
Consejos
Estamos en tierras de la
Denominación de Origen “Ribera del Duero”. Casi obligado visitar alguna de sus
bodegas para catar y disfrutar sus excepcionales vinos.
Mi consejo es acercarse a
“Cepa21” (www.cepa21.com) y, de paso, comer
en su magnífico restaurante.
Dirigido por el chef palentino
Alberto Soto (galardonado en el 2014 como mejor cocinero de Castilla y León)
este pequeño templo del buen comer, recomendado por la Guía Michelin y con un
Sol Repsol a sus espaldas, es un viaje gastronómico de primera aderezado con
los vinos de esta prestigiosa bodega que cuenta con el inimitable sello de
calidad de la maestría, experiencia y conocimientos de José Moro, uno de los
grandes bodegueros de este país.
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