Ocho de la mañana de un soleado día del mes
de septiembre. Amaneció hace pocas horas. No parece que vaya a ser un día excesivamente caluroso comparándolo con los anteriores. Estoy a escasos metros de la entrada
del complejo arqueológico de Petra. No encubro ni oculto mis ganas de estar
aquí. ¡Tanto tiempo soñando con conocerte y hoy es la ansiada fecha!.
Como le ocurriría a cualquier niño, me crea cierta
inquietud que pueda no resultarme tan fascinante como la he imaginado tantas
veces. Es, para mí, una importante cita
que llega a su culmen. Me acompañan un grupo de blogueros viajeros que muestran
también su alegría por estar en un lugar tan especial del planeta. No obstante,
decido caminar algo separado.
Quiero toparme con la gran fachada del Tesoro a
solas. Empapándome de esas sensaciones, de ese momento. Anhelo guardar ese
instante en lo más profundo de mi memoria viajera.
El Siq, un desfiladero de más de un
kilómetro, hace de espectacular antesala natural. Paredes rojizas (que, a
veces, superan los cien metros de altura) cambian de tonalidad según avanza el
día y custodian impertérritas nuestra indescriptible caminata. Mientras tanto,
según nos adentramos en esta estrecha y serpenteante garganta natural, es
imposible dejar de pensar en aquellos tiempos en que Petra, capital del reino
nabateo, era un importante centro comercial de esta zona de Oriente Medio. Una
ciudad donde interminables caravanas traían productos procedentes de lugares
entonces recónditos.
Pero el impasible e inalterable transcurso de
los años, en ocasiones injusto, la transformaron de un rico presente a
una gloriosa historia. Petra (ansiada, deseada y también envidiada por varias civilizaciones), que
tanto floreció antaño ante el asombro de muchos, se fue marchitando con el paso
de los siglos para quedar abandonada en medio de la nada.
A pesar de todo, esas piedras, testigos mudos de tanto
florecimiento, se negaron a caer en el olvido; a diluirse por el peso de la
historia. Por ello (quizás por azar o porque el destino decidió que así fuera) un explorador y aventurero suizo, llamado Johan Ludwid Burckhardt, la "redescubríó" en 1812 para los occidentales.
Petra es un cúmulo de emociones que difícilmente
puedo describirte. Se fusionan sensaciones muy diversas a borbotones y de
manera involuntaria. Hay perplejidad, hay admiración, hay historia, hay
recuerdos, hay felicidad, hay evocaciones, hay cansancio, hay calor, hay
aprendizaje, hay hospitalidad, hay sorpresa, hay asombro,…
No sabría, a ciencia
cierta, cómo definir ese volcán de impresiones que se aglutinan durante esas
horas de la visita.
No trato, ni deseo, hacer una narración de la historia de Petra y del reino nabateo. Tampoco pretendo detallarte los diferentes itinerarios y recorridos que has de realizar para ver algunos de estos fascinantes monumentos (el Tesoro, el Monasterio, la calle de las columnas, las tumbas reales, etc., etc.). Existen fantásticas guías de viajes y programas de televisión donde puedes informarte a las mil maravillas. No es, por otra parte, la filosofía del blog. Sólo te aconsejo que vayas algo instruido al respecto. Siempre es mejor, y más en este caso, informarse de la historia del lugar.
Como indicación personal puedo apuntarte que
sobrepasó mis expectativas. Hay sido un agradable sobresalto de vivencias que
difícilmente olvidaré. Estoy seguro que cuando llegues hasta este fascinante
destino jordano experimentarás muchas de las cosas que te escribo. Es imposible
escapar de la magia de Petra.
Quiero, mientras acompaño este post con
algunas fotografías, dejarte el audio del programa "Cosas que Pasan" que grabé para Canal
Extremadura Radio. Espero que oyéndolo se aviven tus ganas por decidirte por
este lugar tan maravilloso del mundo.
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