domingo, 11 de noviembre de 2012

Cenar en una cárcel centenaria


  
    Quería escribiros hoy sobre un espacio gastronómico de Estremoz bastante diferente de lo que estamos acostumbrados a ver. Además de muy recomendable, ciertamente curioso. 
    Su nombre: "A Cadeia Quinhentista". Una antigua cárcel del siglo XVI, ahora transformada, rehabilitada y reconvertida en un sensacional restaurante.
    No sé ya cuántas veces he comido entre estos barrotes, nunca mejor escrito. Han sido, desde luego, bastantes y siempre me quedo con ese agradable regusto que me incita a volver de nuevo. 
    Un edificio histórico tan especial (de varias plantas, con un gran mirador panorámico en la parte más alta y dos terrazas a la entrada), con tantas anécdotas y con tanta historia que no debe pasarse por alto. Si a ello le unimos un equipo de profesionales (en cocina y en sala) liderados por Joâo Simoes ("Alma Mater" de este proyecto), creo que el acierto es pleno. 





    Es todo un privilegio, créanme, comer en "A Cadeia", que es el nombre con el que popularmente se le conoce
    Su "ementa", además de una clara declaración de intenciones por lo autóctono, rezuma personalidad. Su propuesta gastronómica está tan arraigada en esta región portuguesa, tan cercana y enamorada del Alentejo que no me importa afirmar que nos encontramos, en mi opinión, en uno de los mejores restaurantes alentejanos que conozco. 

 

    
    Os comentaba que hay multitud de anécdotas que Joâo puede narraros de esta antigua prisión. Es persona culta, aficionada a la historia y con numerosas inquietudes culturales. Nadie como él para contárnoslas.
    Sólo os adelanto que debéis preguntarle la razón por la que, en una de esas grandes ventanas de la planta baja, protegidas con gruesos, y casi indestructibles, barrotes de hierro, descubrimos una pequeña oquedad entre esas defensas de hierro fundido en una de las ventanas. 
   Tan sorprendente, tan curiosa, tan difícil de imaginar que sólo la locuacidad y el cúmulo de datos históricos que Joâo nos irá aportando hará que el relato sea creíble. 




      
    Junto a mi amigo Fernando Valbuena, persona que sabe apreciar las buenas cosas de la vida, tuve la ocasión de cenar hace poco en tan singular "recinto". Además de gran amigo, es, como conocen muchos extremeños, una de las personas que más sabe de gastronomía por estos lares de la península ibérica. 



         
    Magníficos vinos (una muy cuidada y amplia selección difícil de encontrar en otros restaurantes), excelentes carnes, buenos pescados y excepcionales postres. 
    Imposible ponerle un reparo. Pudimos hablar -largo y tendido- los tres tras la cena. Insuperable. Una inmejorable velada.




          
    Hace pocos días, concretamente el 4 de noviembre, leí en el diario Hoy de Extremadura una columna firmada por Fernando sobre este restaurante. Brillante.  


           

    Os la transcribo literalmente:
 
            "Se lo cuento tal y como me lo contó João Simoes que, como ya barruntará el avispado lector, cuenta las cosas a la portuguesa. João es dueño de una cárcel. Rehabilitada y transmutada en restaurante, sí, pero cárcel al fin y al cabo. Y es que la magnífica rehabilitación no esconde las recias trazas de prisión. Al pie del castillo de Estremoz y envuelta en la leyenda de Santa Isabel, panes y rosas. El restaurante se llama A Cadeia Quinhentista. Cadeia por cárcel y quinhentista por el siglo en que se construyó.
          ¿Borrego al horno? ¿Vinagreta de conejo? Aceite, pan. vino alentejano. Quinta do Carmo. Comencé con un bacalao en escabeche como no recuerdo haber comido, probé el bacalao al horno y rematé una perdiz con castañas y frutos bermejos. Mas estaba yo dando trámite a los postres, soberbios por cierto los higos gratinados, cuando reparé en un extraño hueco en una las centenarias rejas del salón. Robustas, robustísimas. pero violadas. Pregunté y João, con misterio portugués, me contó la vieja historia del viejo Pardal.
           Corría el año de Nuestro Señor Salazar de 1960. Al parecer Pardal, cantor lusitano, era uno de los pocos presos que moraban en la vetusta prisión de Estremoz. Quizá el único. Allí convivía con el carcelero y su familia. La del carcelero, se entiende. Pardal nunca quiso fugarse, pero tenía ratos de no saber en qué entretenerse. Así que desafió al carcelero y prometió escapar. Seis meses tardó en cortar los barrotes de su celda con las cuerdas de una guitarra. Seis meses tardó el cantor en dejar de cantar. Hizo un agujero chico, pero suficiente para volar. Escapó de su celda, mas no le gustó vivir en libertad estando su guitarra portuguesa presa y sin cuerdas. Así que esperó al carcelero y se entregó con entereza de fadista.
              Allí sigue aquel hueco que va de la libertad a la nada. Comiendo en A Cadeia Quinhentista no apetece fugarse. Además no quepo por el hueco. Me quedaré a tomar un armagñac. No dejen de visitar A Cadeia en Estremoz si gustan de la cocina alentejana, si gozan con platos tradicionales presentados con mimo. Y procuren charlar con João, señor de grandes conocimientos, uno de esos portugueses que se repartieron el mundo y el alma con sus hermanos españoles cuando todos los mares eran lagos de la misma patria."
 


               
    Creo que estos párrafos son suficientemente explícitos. Sólo queda, pues, adornarlos con unas fotografías




    
               
    Mira que tiene encantos esta bella ciudad fortificada alentejana. Ahora, para mí, cuenta con uno más: "A Cadeia".




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