lunes, 23 de julio de 2012

Hospedería convento de La Parra: ¡Increíble!.


           
    Quiero comenzar estas líneas, aunque suene contradictorio, con una pequeña conclusión: ¡es imposible ponerle un "pero" a este alojamiento!. Todo está ideado para el deleite (reitero, deleite) del huésped.
             
      Sobre un antiguo convento de monjas clarisas (de donde toma su nombre), tratando de mantener en lo posible la historia de estas centenarias paredes, se abre al público un "hotel con encanto", de esos que pueden presumir de ostentar justificadamente tal catalogación.




            
    Situado en el pueblo pacense de La Parra, a unos 60 kilómetros de la cuidad de Badajoz, descubrimos una de las referencias hoteleras de Extremadura.
            
    En mi opinión, catalogarlo como turismo rural no sería correcto. Es cierto que se ubica en un pequeño pueblo; es cierto que la hermosura de cercanos montes de olivos y encinas pintan un bucólico lienzo; es cierto que el viajero puede disfrutar de la belleza de los vecinos castillos de Nogales y de Feria......., pero también es cierto que el Convento de La Parra es mucho más. Es una apuesta decidida por una calidad contrastada de altísimo nivel, por una particularidad y especialidad que lo define con características propias.



            
    Simplemente con mencionar algunos datos el lector apreciará la verdad de cuanto escribo. 

     Para entrar, en la puerta principal, existe (junto al viejo torno de madera con armazón giratorio que utilizaban las monjas de clausura) un timbre a la antigua usanza: de los que hay que tirar de una cuerda y el sonido nos hace viajar a décadas pasadas. 

    Todo está pintado de color blanco. Un conjunto realmente armónico y totalmente acorde con el lugar, apenas roto por algún fresco en la pared del antiguo convento que aún se conserva o por la piedra y el ladrillo con el que se construyeron algunas paredes del edificio. 

     Como simpática anécdota, el personal del convento viste totalmente de blanco.



            
    Y es que hasta las antiguas celdas de las religiosas se han adaptado para ser hoy habitaciones de huéspedes, respetando, en medida de lo posible, la esencia y la historia del lugar.



            
    Se mantiene la pequeña capilla con su gran retablo central y los dos laterales. Al fondo, como curiosidad, aún pueden verse las rejas desde donde rezaban las monjas manteniendo la estricta clausura para cuando feligreses ajenos al recinto religioso ingresaran a rezar. 

    Todo ello unido a un campanario de un blanco reluciente desde donde se otea el horizonte que nos envuelve, como si fuera un gran mástil de barco.
            
   Resumiendo, gusto por el detalle, con indudables y apreciables pinceladas de exquisitez  en un alojamiento diferente. La singularidad como característica propia. 



            
    Sentarse al anochecer en el claustro para cenar se me antoja un divertido juego de colores. Predomina el rojizo de un agradable atardecer mientras el sol regala, temeroso de su certero final, sus últimos rayos de luz. Un acaparador rojizo que se entremezcla con el blanco de la construcción y el cálido amarillo de unas velas que parecen arroparnos al anochecer. 

    Velas que, dicho sea de paso, adornan las bañeras de las habitaciones para crear momentos especiales e inolvidables.




            
    Ese gusto por los pequeños detalles se expresa en diferentes vertientes: la coqueta piscina (con un azul caribeño que brilla sobre las paredes blancas), la existencia de cerraduras y llaves antiguas para entrar en las habitaciones (olvidando voluntariamente la utilización de tarjetas), la música ambiental en el restaurante, la tapicería blanca del mobiliario, la coqueta chimenea de la biblioteca, la pequeña tienda donde se venden productos de primera calidad elaborados en esta tierra, el amplio solarium, el salón de juegos, etc., etc.




            
    Que es un lugar especial está claro, y que quienes deciden pasar unos días entre estas paredes saben que vienen a un alojamiento único está también fuera de toda duda

     Muestra evidente de ello es que se encuentra incluido en varios clubs de calidad de hoteles con encanto. Es el caso de Rusticae (www.rusticae.es) o Unique Stays (www.uniquestays.pt), cuyas estrictos requisitos de entrada sólo amparan bajo su marca comercial alojamientos de contrastada calidad e incuestionable encanto.



           
    Queda, finalmente, reseñar que su restaurante cumple las mismos parámetros de calidad que el hotel, con una variada y extensa carta, cuidada presentación de los platos y elaboraciones que, sin olvidar la cocina autóctona, saben fusionarse y adaptarse a las nuevas tendencias culinarias. 

    Ajoblanco con uvas y aceitunas negras, croquetas del convento, lomo de atún tostado con salsa de calabaza, solomillo de ibérico con peras y crema de espinacas, queso de cabra gratinado con cebolla y manzanas tostadas en azúcar, gazpacho de la casa, crema de arroz con leche, milhojas de mango con crema de frutos secos, espuma de chocolate blanco con crujiente de chocolate negro.... son algunas de las posibilidades de este acogedor restaurante que por las noches, si así lo desea el comensal, cambia su escenario para estar en medio del claustro. ¡Un verdadero lujo!.




            
    Da igual pues el nombre que le demos: hospedería, hotel, convento... Simplemente, y esto es lo importante, es un lugar mágico y tremendamente recomendable, siendo de agradecer que proyectos como éste ayuden, no sólo a dinamizar el turismo de un territorio, sino a mantener viva la historia de un pueblo.




Contacto:
 
Teléfono reservas: 924 682 692 







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